Yamilet Arauz Muñoz, La China, transforma la pintura abstracta en un diálogo íntimo consigo misma. Sus obras nacen de emociones que no pueden ser expresadas con palabras, convirtiéndose en una terapia y un escape, un canal para la energía que habita en ella. Cada trazo, color y textura busca dar forma a lo invisible, invitando al espectador a conectarse con los sentimientos más profundos y a explorar la riqueza de la experiencia humana a través de lo abstracto. Su trabajo es un puente entre lo interno y lo perceptible, entre la emoción y la contemplación.

¿cómo eliges la gama cromática para cada serie, hay algún color “guía” que represente tu estado creativo?

No parto de una paleta definida para cada serie, el color aparece cuando la obra lo reclama. Cada cuadro propone su tono dominante, a veces surge desde una emoción, otras desde una memoria o sensaciones del alma, pueden nacer en calma y piden neutros suaves y otras irrumpen con contrastes intensos.

El color en mi proceso no se impone, se manifiesta cuando el alma del cuadro está lista para hablar.

¿Tienes rituales o hábitos en el estudio que te ayudan a entrar en “modo creación” (música, tiempos, objetos, procesos)

Siempre trabajo con música fuerte, mi estado de ánimo se ve reflejado en los drásticos cambios de estilo musical,  que parecería que no es la misma persona la que escucha.

Entro al estudio siempre con un café negro en la mano , observo la obra hasta volver a conectarme con ella y poco a poco las ideas comienzan a fluir. Es un dialogo silencioso entre el ruido, el color y mi propio caos interno.

¿Cuál ha sido la pieza que más te ha sorprendido a ti misma al terminarla y por qué?

Una obra a la que llamé “SURCO DEL INSTINTO” fue la que más me sorprendió. Lograr el equilibrio entre la intensidad del color, la carga de detalles y el tamaño del lienzo fue un verdadero desafío. A medida que avanzaba, sentía que la pintura cobraba autonomía, como si me guiara más de lo que yo la dirigía. Al finalizarla comprendí que había logrado contener el impulso sin apagarlo: transformar el instinto en forma y el caos en armonía. 

¿Trabajas por series temáticas?

Si, trabajo por series, pero más que temas, son etapas vitales. Cada serie es una respuesta a un momento emocional o espiritual. No concibo la pintura como un proyecto racional, sino como una bitácora del alma. Cuando siento que un chocho se cierra, nace la siguiente serie casi naturalmente. Así cada obra funciona como un capítulo dentro de un relato: el de mi propia evolución.





¿Qué has aprendido de tus coleccionistas o del público que haya modificado tu forma de presentar o concebir la obra?

He aprendido que el arte nunca pertenece del todo al artista. Cada espectador completa la obra desde su propia historia, y eso me enseñó a soltar el control. Pero también aprendí a ceder ante la critica ni modificar mi esencia para agradar. La autenticidad del artista es su mayor verdad y cuando se traiciona la obra pierde alma. Hoy prefiero escuchar, pero sin desviar mi brújula interna. La pintura puede ser un puente de sanación compartida, pero ese puente solo es real si nace de la verdad.

Anécdota

Muchas veces entraba al estudio de día y salía de noche, agotada con dolor en el brazo, pero feliz. Una mañana, al comenzar a trabajar, intenté mover un lienzo y simplemente no pude, el dolor era intenso, aunque mis ganas de seguir pintando eran aún mayores.

Cuando el médico me realizaba la ecografía en el brazo, no podía creer que yo siguiera hablando y pidiendo una inyección que me calme para poder irme a trabajar, cuando en realidad tenía un desgarro llegando a grado tres.

Me tomó un tiempo recuperarme, aunque la presión de una exposición próxima hizo que volviera al taller antes de lo indicado.

Fue una lección dura pero clara, el cuerpo también es parte del proceso creativo, y hasta la pasión más grande necesita aprender a detenerse.

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